Cuatro de junio, 1909 de Alana Dapena Fraiz

Desde que embarcaron en el Baltic los hombres han matado las horas con largas conversaciones, lo cual a veces ha sido una salvación y otras una condena. Aquilino es de los que prefiere el silencio y poco tiene en común con estos hombres de mediana edad ya casados. Pero medio pueblo ha decidido emigrar a San Francisco así que Aquilino asume con resignación la compañía que le ha brindado el destino. 

Se llama Aquilino Fraiz y lo primero que deberías saber sobre él es que nunca quiso irse de Ventoxo, su pueblo en Galicia. Ha sido una travesía larga como las noches de invierno. Desde su aldea fueron en carro hasta Vigo y desde allí en barco hasta el puerto de Liverpool. Tras diez días abordo del buque Baltic, por fin pisan la tierra firme de Ellis Island, ya en Nueva York. Aquilino mira a su alrededor, absorbiendo con los ojos el espacio cavernoso en el que se encuentran. Masas de hombres y mujeres esperan en filas desordenadas, con bultos a los lados y miradas desorientadas. Delante de él está su tío José, que se gira hacia él con una sonrisa cansada.

-Ojalá tuviera tus 18 años. Mis huesos no están para estos trotes. 

Aquilino le devuelve la sonrisa pero mira a sus zapatos taciturno. Todavía no le ha perdonado que le obligara a dejar Ventoxo. Cierra los ojos y recuerda la conversación con su tío y su padre, sentados los tres en el banco de piedra junto a la cancela de casa. Fue al comienzo de la cuaresma, algunos magnolios estaban en flor pero el aire era frío y los hombres hablaban encogidos. Como en tantas otras ocasiones el tío José y el padre de Aquilino especulaban sobre el futuro. O la falta de, más bien. “En esta tierra no hay trabajo.” “En este país no hay quien se gane el pan.” Pero esta vez había un plan: América es la solución, han comprado dos billetes para marchar en junio y uno es para Aquilino. Éste guardó silencio y se inclinó hacia atrás para observar el manto de estrellas sobre sus cabezas. Ventoxo es todo lo que conoce y donde quiere estar, pero sabe cuál es el papel que tiene que cumplir en esta historia.

Aquilino abre los ojos y vuelve a estar en Ellis Island, siguiendo la fila serpenteante. Nuestro protagonista es de constitución delgada y piel blanquecina, de la que revela venas y arterias. Pareciera frágil incluso, sino fuera porque se intuye la fuerza propia de un joven de su edad. A su lado su tío mira nervioso hacia los inspectores en sus mesas. Les espera un control legal, pero por lo menos ya han pasado el examen médico, donde les escrutaron con rapidez y les hurgaron en los ojos con un abrochador de botones. Llevan más de cuatro horas en esta enorme sala abovedada y el murmullo de miles de voces y cientos de lenguas les envuelve, incluído el gallego. Con ellos han viajado unos diez paisanos de Ventoxo y aldeas colindantes. Desde que embarcaron en el Baltic los hombres han matado las horas con largas conversaciones, lo cual a veces ha sido una salvación y otras una condena. Aquilino es de los que prefiere el silencio y poco tiene en común con estos hombres de mediana edad ya casados. Pero medio pueblo ha decidido emigrar a San Francisco así que Aquilino asume con resignación la compañía que le ha brindado el destino. 

-¡Baltic, lista número tres!-, anuncia una voz en la sala de registro. Los datos coinciden con la tarjeta de identificación adherida a su chaqueta, por fin llega su turno. Aquilino se fija en el perfil de una joven sentada en un banco que le recuerda a Elena. La mujer se levanta y Aquilino se da cuenta de que no, en realidad no se parece en nada a su prima. Piensa en una de las últimas veces que hablaron, apenas unos días antes de irse de Ventoxo. Elena había venido a comer a casa y al terminar la madre de Aquilino le pidió que acompañara a su sobrina para llevarle un pesado saco de patatas. Cruzaron la aldea, pasando por delante de la iglesia de San Nicolás. Al entrar en la casa, Elena anunció: 

-Tengo un regalo de despedida. 

De un cajón sacó un pañuelo doblado y se lo dio a Aquilino, quien lo desenvolvió para descubrir unas pepitas de ciruela. 

-Como te gusta plantar cosas y he oído que en California crecen bien los árboles frutales…- dijo con una leve sonrisa. 

Aquilino guardó las semillas en su bolsillo con un gesto ausente y su rostro se puso serio. 

-¿Crees que el futuro está escrito?- preguntó pensativo.

-¿A qué te refieres?

Su prima le miró inquisitiva y Aquilino se frotó la barbilla mientras buscaba las palabras. 

-Siento a veces como si un hilo invisible tirara de mí, como si mis acciones no fueran mías. Una fuerza ajena que me dice qué decir, cómo actuar… ¿Es eso estar predestinado a algo?

Elena sacudió la cabeza tajante:

-No, no lo es. El futuro no está escrito porque sencillamente no es. El pasado y el futuro son historias que nos contamos a nosotros mismos y que cada persona lleva cosigo. Guían nuestras vidas pero en última instancia sólo el presente existe porque sólo el aquí y el ahora es real. 

Aquilino la miró divertido. 

-Entonces nada de lo que hemos vivido esta tarde es real, según tú. El rato que pasamos comiendo, las patatas que trajimos… ¿Acaso eso no pasó?

Elena se alisó el mandil con las manos. 

-Sí, pero no es real. Son sólo memorias y cada uno tiene su versión, diferente y distintiva, y a medida que pasen los años irán cambiando y distorsionándose. Y a su vez el futuro nunca va a existir porque es por definición algo que todavía no ha tenido lugar. Lo único que sabemos con certeza es que tú y yo estamos aquí en este preciso instante. 

En su momento Aquilino había interpretado las palabras de Elena como meras ocurrencias, pero ahora cobran pleno sentido y por fin lo comprende. Su ensoñamiento se ve interrumpido por su tío José, que le indica que se tienen que acercar al mostrador. El inspector les hará preguntas y contrastará sus respuestas con lo que figura en la lista de pasajeros. Aquilino y José sabrán responder a todo: cuánto dinero traen, si saben leer y escribir, a quién han dejado en su país de origen… Y cuando les pregunten cuál es su último destino su tío no dudará en decir que San Francisco. 

Sin embargo, sería interesante saber qué diría Aquilino si nos acercáramos en este instante para contarle que jamás llegará a California, sino que su camino le llevará a West Virginia. O mirarle a los ojos y revelarle que es el primero de cinco generaciones que cruzarán una y otra vez el Atlántico, como un péndulo sin fin. Pero probablemente nada de esto le importe porque Aquilino sabe que el futuro no está escrito y todo está por hacer. Lo único que cuenta ahora son los pasos de sus pies bajando hasta el ferry, el aire marino que aspira, y la vista limpia de la ciudad que se alza frente a él. Y Aquilino nunca ha visto un cielo tan inmenso. 


Alana Dapena Fraiz nació en Indiana, EE. UU., y actualmente reside en Madrid, España. Ha trabajado como redactora publicitaria, traductora y gestora cultural. Escribió sus primeros poemas con 6 años y tras un descansito de varias décadas ha decidido retomar la escritura.  

This short story is part of a research project on speculative historical fiction in Ireland and Spain funded by the AHRC and the University of Plymouth.

Picture credits: Xavier D.

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