Su orgullo y alegría de Ela Sandín Prior

Tenía siete años cuando comenzó la guerra. La segunda, es decir. Una de esas guerras terribles que solo necesitan un número ordinal para identificarse. Era lo suficientemente mayor para recordar ser enviada al campo, pero sabía poco sobre el verdadero horror de la guerra. Aún así, algunas cosas se clavaron en su mente. El hambre. Siempre presente e insistente. Las raciones no eran suficiente para una niña en crecimiento. Solía roer las patas de madera de la mesa de la cocina en un vano intento de aplacarla.

Antes de que empezara la guerra, había sido una niña en Londres. Aunque prefería el término “marimacho”. El mayor placer en la vida de aquel entonces era correr calle abajo en su bicicleta. Hasta que un día se cayó y volvió a casa con los ojos hinchados y las rodillas rasguñadas. Su padre le había advertido que no hiciese el tonto con la bicicleta o habría consecuencias. Como castigo por no escuchar sus advertencias, rompió la bicicleta delante de sus propios ojos. Se podría decir más sobre su carácter, pero esa imagen perfila con bastante precisión el cuadro.

Tenía una hermana mayor, Betty, pero nunca se llevaron bien. Ella era demasiado formal, demasiado obediente. También era el orgullo y alegría de su madre, no como ella. Pero no le daba mucha importancia mientras le permitieran salir a explorar y a trepar árboles.

Sin embargo, un día su infancia se transformó en algo distinto cuando el ambiente se tornó tenso.

Bombardeo.

Escuchó esa palabra, susurrada ansiosamente entre los adultos, pero nunca supo exactamente hasta qué punto iba a afectar a su vida. Londres ya no era seguro y la enviaron lejos. Antes de irse, vio a su hermana en su nuevo uniforme. Se había alistado en el Servicio Auxiliar Territorial y eso creaba un aura de misticismo a su alrededor. Recordaba sentir respeto hacia su hermana Betty por primera vez, porque Betty estaba dando un paso adelante para ayudar a su país en tiempos de necesidad. Nunca terminaron de llevarse bien, ni siquiera como adultas, pero nunca perdió ese sentimiento de respeto hacia ella.

Decir que la Guerra fue mala sería quedarse corta, pero aunque era joven, las cosas no parecían ser tan terribles. Hizo una nueva amiga, de entrada. Su nombre era Wendy y tenían muchas cosas en común. Solían pasar horas contándose todo tipo de anécdotas exageradas sobre sus vidas antes de la Guerra. Cuando la Guerra terminó se mantuvieron en contacto. De hecho, Wendy y ella siguieron siendo amigas el resto de su vida. Ella vivió más que Wendy y asistió a su funeral, recordando con cariño todos esos momentos que pasaron juntas a lo largo de los años y todas esas tazas de té y partidas al Scrabble.

En 1945 la Guerra terminó oficialmente y todos los niños que habían sido evacuados al campo volvieron a casa. Había pasado tanto tiempo lejos que no estaba segura qué esperar, pero no fue absolutamente lo que se encontró. Su padre la saludó secamente, pero su madre no estaba por ninguna parte. Siempre había sabido que su madre prefería a su hermana, pero aún así pensaba que le tenía cariño y se sorprendió por su ausencia. El tiempo lejos había creado una distancia aún mayor entre ella y su padre, así que no se atrevía a preguntar. Pero cuando aquella noche a la cena las únicas personas a la mesa fueron su padre y ella no pudo contenerse más.

– ¿Dónde está mamá?¿Y Betty?

– Tu hermana se ha ido.

¿Ido?¿Dónde?¿Cómo?

Todas esas preguntas afloraron en su cabeza, pero no podía decidir qué preguntar primero. Afortunadamente, su padre prosiguió

– Tu hermana se vio… involucrada, digamos, con un soldado americano. Solo era viable que se casase con él y volviese a los Estados Unidos para tener una familia. Tu madre está bastante disgustada, naturalmente.

Disgustada. No, no estaba disgustada. Estaba destrozada. Casi no salía de su habitación. No tenía ningún interés en la hija que se había quedado, la que había crecido en su ausencia y ahora era mayor y más alta. Ella intentaba pasar tan desapercibida como le era posible, pero aún así escocía. Ni un ¿hola? Un ¿cómo has estado? ¿Cómo fueron todos aquellos años en el campo?

No era la primera vez que una guerra le rompía el corazón a su madre. Antes de la Primera Guerra Mundial, Elizabeth, o Lilly, cómo le gustaba que la llamaran, había sido una joven muchacha enamorada de James. Cuando estalló la guerra él tenía exactamente la edad para luchar. Así que se fue, prometiendo que a su vuelta se casarían y plantándole un beso en su mejilla cubierta de lágrimas. Pero nunca volvió. Entonces ella se quedó sola, con el corazón roto y llorando por el futuro que ya nunca tendría. Cuando finalmente se casó, lo hizo porque era lo que se esperaba de ella. Se llevaba bien con su marido, pero ese era el problema. La pasión, la conexión que había sentido con James simplemente no estaba ahí. Pero tuvieron dos preciosas hijas, y Betty era su orgullo y su alegría. Y ahora la Guerra se la había llevado de su lado también. No debido a su muerte, afortunadamente, pero seguía sin estar. Y los EE.UU. estaban tan lejos. Se mandarían cartas, pero incluso estas tardarían su tiempo en llegar. Elizabeth tenía el corazón roto otra vez. No podía ver cuán sola se sentía su hija pequeña ahora que había vuelto y se la ignoraba.

Un día, caminando sin pensar hacia su habitación, Elizabeth se encontró con su hija pequeña. Se miraron la una a la otra, sorprendidas. El nombre de su hija salió de sus labios.

– Hola, madre.

La tensión en el ambiente se podía palpar. De repente, Elizabeth comenzó a llorar y abrazó a su hija con fervor.

– Has crecido tanto… lo siento mucho… Betty se fue y yo solo… no tengo excusa… no debería haberme recluido – dijo entre sollozos –. La chica permaneció en silencio mientras su madre la abrazaba.

Cuando finalmente se apartó, secándose las lágrimas, su madre dijo:

– Salgamos al jardín. Debes contarme sobre ti ya que no sé nada sobre el tiempo que pasaste lejos de casa.

Eso es lo que hicieron. Caminaron hasta la tarde. Ella le contó a su madre sobre Wendy y todas las otras chicas que había conocido. Su madre la escuchó atentamente y, una vez se le terminaron las anécdotas, le habló de su hermana, y de cómo había conocido a un soldado americano y se habían enamorado. Una cosa llevó a la otra. Era lo suficientemente mayor para entender sin que su madre tuviera que dar todos los detalles. Betty, que siempre había sido tan responsable, que había sido la persona que sus padres querían que fuese hasta aquella fatídica noche en la que se dejó llevar. O en la que se liberó. En cualquier caso, ahora vivía en Estados Unidos, comenzando su vida de mujer adulta, mientras su familia se había quedado atrás en Inglaterra.

Pero ella nunca se fue. Se hizo mayor, se casó, tuvo tres hijos. Al igual que Wendy. No supo mucho sobre su hermana, pero se enviaban postales de cumpleaños y Navidad, y asumió que Betty también era feliz con sus hijos en EE.UU. Más adelante en su vida, su hija pequeña se mudó a España y formó una familia allí, pero mantuvieron el contacto.

Si ella aprendió fue que no importa dónde viva tu familia, siempre y cuando sepan que siempre pueden volver contigo a casa.


Esta historia ha sido traducida del inglés por Gustavo López


Ela Sandín Prior nació en Madrid de una madre inglesa y un padre español. Estudió un grado en Lenguas Modernas, Culturas y Comunicación en la Universidad Autónoma de Madrid y en la actualidad estudia un Máster allí en Estudios Artísticos, Literarios y de la Cultura. Es una apasionada de la literatura, que está trabajando por hacer el centro de su vida académica, y disfruta de la escritura.

This short story is part of a research project on speculative historical fiction in Ireland and Spain funded by the AHRC and the University of Plymouth.

Picture credits: Karmen M.

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